lunes, 29 de octubre de 2007

Tu nombre sobre mi nombre

Mientras el sol se filtra por mi ventana
no sé si aquella luz regresa aquí.
No sabes como extraño mi calma,
no sé si voy a ser feliz asi...

Dime mi amor ¿Me perdí?
Dime porque no te vi.
Y espero que te olvides mi nombre.

Mientras el sol se filtra por mi ventana
la lluvia brinda su aire en mi.
No sabes como extraño mi calma,
no sabes si voy a ser feliz así.

Dime mi amor ¿Qué pasó?
No se porque yo no fui.
Y espero que te olvides mi nombre.

Sólo espero que las brumas del alba
traigan un nombre a mi vida.
Espero que las llamas del alba
traigan un alma.

Bien sabes como extraño mi alma,
no se si aquella luz se queda.
Sabes como extraño tu alma,
no se si aquella luz se queda en mi.

...Y espero que te olvides mi nombre.

Espero que las llamas del alba
traigan un rumbo a mi vida.
Espero solo espero tu nombre
sobre mi nombre en este día.

La eternidad busca un paso en tí, amor.
Es que la eternidad sólo busca un paso en ti, amor.

L. A. Spinetta

jueves, 14 de junio de 2007

Clonazepam

Desvanecimiento en tres tomas

Uno
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Exhala. La habitación está oscura. La puerta, cerrada. Silencio.

Vuelve en sí. [Otro día]. Mierda. Sigo vivo. [Piensa]. Su cuerpo se hunde en el colchón. Sigue inmóvil. Le duelen los pies. [Siempre]. El cuerpo le pesa. Abre los ojos despacio, lentamente, casi con resignación.

No le sorprende amanecer en una cama doble. Tampoco el hecho de no estar seguro de saber a dónde se encuentra. Busca algo familiar en la habitación, sus ojos revolotean por los rincones y piensa en algún motivo aceptable para seguir respirando. Es natural, ya no le inquieta. Primer sentimiento del día: ganas de morir.

No puede moverse todavía, mira de reojo y espera encontrarse con ella. Habían logrado estar juntos los últimos cinco o seis fines de semana, pero ahora no está. En su lugar, el gordo Juan, roncando como la bestia que era. La extraña, quisiera que fuera ella. Quisiera abrazarla y pasarle los dedos por el pelo, rascarle la cabeza y ver como suavemente se achinan sus ojos aún más, dejar las manos libres sobre su piel. Rodearla con sus brazos y seguir durmiendo acurrucados. Piensa en llamarla, pero decide no hacerlo. No quiere presionarla. Mejor así.

Se estira, toma el celular, mira la hora… no es tarde. Vuelve a cerrar los ojos. La cabeza le da vueltas. Tiene la nariz entumecida. Se siente con resaca y piensa, busca en la noche anterior, pero no ha bebido casi nada. La ausencia de alcohol es algo nuevo para su cuerpo. El médico le indicó reducirlo al mínimo. ¿Y para qué? Es una paradoja que una persona autodestructiva y medio suicida se cuide. Además, a lo que menos le tiene miedo es a la muerte.

Levantarse no tiene mucho sentido, pero igual comienza a moverse. Al fin y al cabo, en algún momento iba a tener que trasladar su cuerpo hasta el baño.

Dos
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“Alguien que me diga cómo se convirtió en infierno este cielo”

Llueve. Abre los ojos con un movimiento seco. [Otro día]. Afuera el sol acompaña la llovizna y se cuela por los huequitos de la persiana.

Se levanta, toma el celular de la heladera y revisa los mensajes. Camina hacia el baño. De pronto tiene la convicción de que ya está todo dicho. Todo lo que podía intentarse, hecho.

No funciona. Y punto. Se siente… o no. Quizá es, justamente, lo que no se siente.

-La verdad es que te extrañé estos días…
-Ehhh, yo… estuve pensando mucho, pero muy metida en mis cosas, muy concentrada en mí…
-Ah, sí, sí, yo también estuve enfrascado en mis historias.

Y sus historias la incluían. Por el contrario, las de ella no tenían nada que ver con él.

Si Dios existe, definitivamente se la tiene montada conmigo; masculla mientras elije cuidadosamente un té de la cajita de los Twinings y escucha Extremoduro. Pone la pava. La vida es perversa y asquerosamente cínica. [Piensa].

Las escenas se repiten como una espiral, los personajes se calcan unos a otros y copian líneas, actitudes, reacciones y costumbres. Las situaciones son equivalentes. O parecen serlo.

De la nada, aparece alguien que brilla sobre el resto y rompe con la aburrida seguridad de la rutina. Una persona como la que quería encontrar. Pero no puede ser, se arruina. Sencillamente, no funciona. Pero, como es humano, insiste. Insiste hasta enfermar. No aprende, elige el mismo cable para cortar. Y, como es de esperarse, la bomba explota. Y sufre, sufre desesperadamente. Hasta que en alguna parte deja de sentir.

Después se descubre libre. Y anda. Y corre el tiempo, las personas. Se lleva las viejitas por delante. Picotea. Corta flores y encuentra monedas en la vereda. Promete no volver a caer.

Y entonces aparece una persona especial, de la nada. Una persona como la que dejó ir tantas veces, como la que quería encontrar. Y el hombre, porque es humano, vuelve a elegir el mismo cable para cortar…

Tres
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David Bowie. Es Juan que pone otra vez el mismo disco, el mismo tema.
El único sentido que tiene despierto es el oído. [Otro día]. Se queda escuchando un buen rato la voz áspera y un tanto afeminada del Duque hasta que sus ojos lo vuelven a la vida.

No recuerda haberse cambiado de habitación durante la noche, pero ahí está, en la cama simple del cuarto azul, sobre un colchón negro a rayas grises que le recuerda a ella. Ríe. Está contento. Se pregunta porqué, si ella está ahora sólo en sus ganas. Te fuiste y me dejaste lo peor de vos, le dice a su fantasma. Se siente tan pequeño.

Esa noche se había despertado varias veces por culpa de los mosquitos y se había descubierto sonriendo. Cada vez, se detuvo a pensar de qué mierda se reía, si lo había echado a perder y ella se había ido si siquiera saludarlo, aclarando del todo la situación. Creyó pensar que en su interior aún albergaba una esperanza.

Ya quisiera dejar de repetir tus palabras en mi mente. Quiero paz. Quiero que no existas. [Piensa]. Corre la bolsa de dormir con estampado escocés verde que lo cubre y toma conciencia del calor. De pronto se encuentra acariciando la guitarra que duerme boca abajo junto a él, escuadriña la superficie espejada y espera ver su reflejo. [El de ella]. Cree verla, pero sólo encuentra la imagen deformada que repite la luz de la ventana. Ese cuarto y la guitarra lo hacen sentir más cerca, aunque estén tan lejos.

Se levanta como puede, tan rápido como la resaca del Clonazepán se lo permite y se detiene un momento a saborear un crónico y matutino dolor de cabeza. Va al baño, mira el reloj antiguo en la pared, y recuerda vagamente haberse despertado unas horas antes. Deambular por el patio de la casa, ir hasta el río y, todavía medio dormido, refugiarse en la habitación para seguir viviendo dormido.

sábado, 20 de enero de 2007

Lugares comunes

Estaba tan frío que podía ver la niebla de su aliento esfumarse en el aire mientras respiraba. Hacía tanto tiempo que no pasaba la noche junto al reconfortante fuego del hogar, que ahora no podía recordar la sensación que generaba en su cuerpo el calor. Habían pasado ya varios meses desde que Mercedes lo había dejado (en realidad, le había pedido con poca sutileza que se fuera por las buenas). Cuántas lunas en cielos sin estrellas había visto desde entonces, tendido en esa plaza que era su lugar ahora, usando como almohada las pocas cosas que había podido juntar. Dos o tres chombas, un pantalón y una frazada eran todo su capital.
Una mañana de esas se le cruzó un pibe, uno de esos mocosos que limpian vidrios en las esquinas. Lo encontró tirado al lado de las vías. Lo había visto un par de veces en ese mismo lugar, concentrado en su bolsita de pegamento. Solía juntarse con otros pibes de su misma edad. Lo miró bien y calculó que tendría unos diez años y también imaginó para él un nombre conocido: Juan, Jonatan o Pedro, da igual. Parece que esta vez el juego había salido mal, y le había costado la vida. Que más da, pensó, y se decidió a revisarlo. Total ya está muerto, se disculpó con su conciencia. Qué podía llegar a encontrar más que un par de puchos a medio terminar y un pañuelo deshilachado lleno de mocos. ¿Documentos? No. Sí encontró la foto de una joven mujer, tal vez sería su madre. Siguió revisando, ¡ah!, esto le serviría, sin duda, un caño. ¡Justo lo que estaba necesitando!, aunque no sabía bien para qué. Decidió guardarla. Terminó de bolsiquearlo, lo arrastró hasta un pastizal y se marchó.
Caminó barriendo el piso con los pies hasta la plaza de siempre, donde lo esperaba su montoncito de trapos y ese perro muerto de hambre que lo seguía a todos lados. De tanto pensar en comida, se dio cuenta del hambre que lo consumía. En la peatonal, las luces de los bares parecían llamarlo. Se detuvo frente a una pizzería, revisó sus bolsillos raídos y contó las monedas: diez, veinte, treinta, cincuenta centavos. No le alcanzaba ni para la aceituna de una porción. ¡La puta madre! ¡Otra noche con el estómago vacío! De repente, una idea se instaló en su cabeza. Lo pensó varias veces, y se decidió a entrar. Su corazón estaba a punto de explotar, le sudaban las manos y la sien, tenía las pupilas dilatadas y temblaba. Miró un poco para cada lado, sacó el arma de juguete y, apretando los dientes, apuntó. Recordó las series de televisión que tanto había visto de niño, y dijo:
-¡Arriba las manos! ¡Esto es un asalto!
En ese instante, el fuego del plomo -tan real como su dolor- consumió su último suspiro.

Detrás de la ventana

La tarde se va y vos estas ahí, sentada frente a la ventana, mirando el perfil de la ciudad, el cielo que está gris, y la noche que empuja hacia el horizonte la neblina del atardecer, las últimas luces de un día de invierno que se filtran entre las ventanas de los edificios en el centro, corren y juegan entre los perfiles y las antenas, y la tarde gris se vuelve púrpura, y después naranja, hasta perderse en la infinita oscuridad que todo lo oculta y todo lo cubre.

En ese instante en que la luz da paso a la noche, y de los faroles de la ciudad se desprenden las estrellas que se desparraman por el firmamento, la luna reposa en su reinado, triunfadora y mira con despecho, engreída, la huida del sol hacia otras tierras. Desde la cumbre de la cúpula, vigila tus pasos perdidos por la costanera, tu caminar errante por la peatonal, tu visita fugaz a los bares, el parque sarmiento en tu memoria, tu risa, tu llanto, tus desencuentros, tus amores, tus amistades; tus charlas interminables, tus mentiras, tus verdades, el camino de regreso y tus ojos al cerrarse.

Todavía no es de noche en este invierno gris, oscuro y gélido, pero el reflejo de tu sentir se hace eco en el microcentro; sale por la ventana de tu departamento derrumbando, despiadado, todo el calor a su paso. Tus pensamientos se mezclan, no logras encarrilarlos, ponerles orden y nombrarlos, las etiquetas no funcionan esta vez. Tus ojos y todo lo demás en la habitación se tiñen con la luz rojiza del crepúsculo, y la música te lleva en un místico trance.

Cuando volves a la realidad te percatás del huesudo árbol que respira desnudo del otro lado del vidrio. Sentís que es un año raro el que se viene y seguís ahí sentada frente a la ventana empañada, mirando el invierno pasar montado en las nubes del atardecer.