jueves, 14 de junio de 2007

Clonazepam

Desvanecimiento en tres tomas

Uno
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Exhala. La habitación está oscura. La puerta, cerrada. Silencio.

Vuelve en sí. [Otro día]. Mierda. Sigo vivo. [Piensa]. Su cuerpo se hunde en el colchón. Sigue inmóvil. Le duelen los pies. [Siempre]. El cuerpo le pesa. Abre los ojos despacio, lentamente, casi con resignación.

No le sorprende amanecer en una cama doble. Tampoco el hecho de no estar seguro de saber a dónde se encuentra. Busca algo familiar en la habitación, sus ojos revolotean por los rincones y piensa en algún motivo aceptable para seguir respirando. Es natural, ya no le inquieta. Primer sentimiento del día: ganas de morir.

No puede moverse todavía, mira de reojo y espera encontrarse con ella. Habían logrado estar juntos los últimos cinco o seis fines de semana, pero ahora no está. En su lugar, el gordo Juan, roncando como la bestia que era. La extraña, quisiera que fuera ella. Quisiera abrazarla y pasarle los dedos por el pelo, rascarle la cabeza y ver como suavemente se achinan sus ojos aún más, dejar las manos libres sobre su piel. Rodearla con sus brazos y seguir durmiendo acurrucados. Piensa en llamarla, pero decide no hacerlo. No quiere presionarla. Mejor así.

Se estira, toma el celular, mira la hora… no es tarde. Vuelve a cerrar los ojos. La cabeza le da vueltas. Tiene la nariz entumecida. Se siente con resaca y piensa, busca en la noche anterior, pero no ha bebido casi nada. La ausencia de alcohol es algo nuevo para su cuerpo. El médico le indicó reducirlo al mínimo. ¿Y para qué? Es una paradoja que una persona autodestructiva y medio suicida se cuide. Además, a lo que menos le tiene miedo es a la muerte.

Levantarse no tiene mucho sentido, pero igual comienza a moverse. Al fin y al cabo, en algún momento iba a tener que trasladar su cuerpo hasta el baño.

Dos
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“Alguien que me diga cómo se convirtió en infierno este cielo”

Llueve. Abre los ojos con un movimiento seco. [Otro día]. Afuera el sol acompaña la llovizna y se cuela por los huequitos de la persiana.

Se levanta, toma el celular de la heladera y revisa los mensajes. Camina hacia el baño. De pronto tiene la convicción de que ya está todo dicho. Todo lo que podía intentarse, hecho.

No funciona. Y punto. Se siente… o no. Quizá es, justamente, lo que no se siente.

-La verdad es que te extrañé estos días…
-Ehhh, yo… estuve pensando mucho, pero muy metida en mis cosas, muy concentrada en mí…
-Ah, sí, sí, yo también estuve enfrascado en mis historias.

Y sus historias la incluían. Por el contrario, las de ella no tenían nada que ver con él.

Si Dios existe, definitivamente se la tiene montada conmigo; masculla mientras elije cuidadosamente un té de la cajita de los Twinings y escucha Extremoduro. Pone la pava. La vida es perversa y asquerosamente cínica. [Piensa].

Las escenas se repiten como una espiral, los personajes se calcan unos a otros y copian líneas, actitudes, reacciones y costumbres. Las situaciones son equivalentes. O parecen serlo.

De la nada, aparece alguien que brilla sobre el resto y rompe con la aburrida seguridad de la rutina. Una persona como la que quería encontrar. Pero no puede ser, se arruina. Sencillamente, no funciona. Pero, como es humano, insiste. Insiste hasta enfermar. No aprende, elige el mismo cable para cortar. Y, como es de esperarse, la bomba explota. Y sufre, sufre desesperadamente. Hasta que en alguna parte deja de sentir.

Después se descubre libre. Y anda. Y corre el tiempo, las personas. Se lleva las viejitas por delante. Picotea. Corta flores y encuentra monedas en la vereda. Promete no volver a caer.

Y entonces aparece una persona especial, de la nada. Una persona como la que dejó ir tantas veces, como la que quería encontrar. Y el hombre, porque es humano, vuelve a elegir el mismo cable para cortar…

Tres
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David Bowie. Es Juan que pone otra vez el mismo disco, el mismo tema.
El único sentido que tiene despierto es el oído. [Otro día]. Se queda escuchando un buen rato la voz áspera y un tanto afeminada del Duque hasta que sus ojos lo vuelven a la vida.

No recuerda haberse cambiado de habitación durante la noche, pero ahí está, en la cama simple del cuarto azul, sobre un colchón negro a rayas grises que le recuerda a ella. Ríe. Está contento. Se pregunta porqué, si ella está ahora sólo en sus ganas. Te fuiste y me dejaste lo peor de vos, le dice a su fantasma. Se siente tan pequeño.

Esa noche se había despertado varias veces por culpa de los mosquitos y se había descubierto sonriendo. Cada vez, se detuvo a pensar de qué mierda se reía, si lo había echado a perder y ella se había ido si siquiera saludarlo, aclarando del todo la situación. Creyó pensar que en su interior aún albergaba una esperanza.

Ya quisiera dejar de repetir tus palabras en mi mente. Quiero paz. Quiero que no existas. [Piensa]. Corre la bolsa de dormir con estampado escocés verde que lo cubre y toma conciencia del calor. De pronto se encuentra acariciando la guitarra que duerme boca abajo junto a él, escuadriña la superficie espejada y espera ver su reflejo. [El de ella]. Cree verla, pero sólo encuentra la imagen deformada que repite la luz de la ventana. Ese cuarto y la guitarra lo hacen sentir más cerca, aunque estén tan lejos.

Se levanta como puede, tan rápido como la resaca del Clonazepán se lo permite y se detiene un momento a saborear un crónico y matutino dolor de cabeza. Va al baño, mira el reloj antiguo en la pared, y recuerda vagamente haberse despertado unas horas antes. Deambular por el patio de la casa, ir hasta el río y, todavía medio dormido, refugiarse en la habitación para seguir viviendo dormido.